Hay momentos en la vida que no hay que pensarlo mucho para un cambio y a la pandemia hay que agradecerle habernos sacado de la normalidad: esa que posponía sueños, que daba miedo dejar y se constituía en lo único conocido.
Entonces llegó el día en que no pude más y decidí irme a vivir a la playa. Tampoco se necesita mucho, hasta la ropa que hay que llevarse es ligera. Y de un día para otro en vez de despertar con las montañas del Valle Central, empecé a hacerlo con el majestuoso mar del Pacífico Norte.
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