Pocas ciudades del mundo tienen tanta historia escondida en cada rincón. Aún en medio de la vida moderna, una muy agitada y ruidosa, por cierto, se levantan vestigios de más de 2000 años, que dan testimonio de lo que fuera la capital de un gran imperio. Roma es bella y monumental, alocada y lejos de ser impecable, pero fascinante.
Resulta imposible no detenerse a apreciarla, porque en cada una de sus piedras está escondido un relato. Por eso es la Ciudad Eterna, una donde el tiempo se detiene mientras abriga con calidez, esa que también se refleja en los colores terracota de su paisaje urbano y los intensos atardeceres de verano que dibujan cúpulas en el horizonte. También hay verde, arte y mucha luz. Cada uno de sus barrios es un submundo y siempre hay algo más por descubrir que ni se sospecha.
Como si fuera poco, también está cerca el mar; ese Mediterráneo que sirvió de base a la expansión del Imperio en su momento, es también un ejemplo de una de las grandes pasiones heredadas de los antiguos romanos: el agua en todas sus formas.
Sucedió así con las termas y los grandes acueductos, obra maestra de la ingeniería romana. Pero si algo caracteriza y da vida a la actual capital de Italia, son sus fuentes: desde aquellas monumentales, como la famosa Fontana de Trevi, el punto final del antiguo acueducto «Acqua Vergine» y uno de los sitios más emblemáticos de Roma, con esa escena de la Dolce Vita que nadie olvidará, hasta los surtidores de agua, de los cuales las “nasoni” o narizotas resultan ser los más comunes y se encuentran por doquier.
Si hay quienes pensaban, por ejemplo, que las, al menos, 900 iglesias que existen en toda la ciudad estaban entre lo más sobresaliente debido a su número y belleza, lo cierto es que, con cerca de 2500 fuentes, Roma es también una ciudad de donde emana generosa el agua; es, de hecho, la que más fuentes posee en todo el mundo.
Y estas son verdaderas obras de arte nacidas en distintos periodos históricos, como la Fuente de la Barcaza, de Plaza de España, y la Fuente de los Cuatro Ríos, de Plaza Navona, pero también las “nasoni”, particulares por tratarse de hidrantes cilíndricos de metal, donde brota el agua día y noche a través de un tubo de acero curvo, que los romanos ven como una gran nariz. Por eso su nombre.
Son tantos, que es posible recorrer Roma yendo de nasone en nasone. Los primeros se construyeron en 1872 durante el primer gobierno municipal de la Italia unificada y hoy no solo son un símbolo de la ciudad, sino también la forma en que habitantes y turistas aplacan la sed de las cada vez más frecuentes olas de calor causadas por el calentamiento global.
No existen grifos, por lo que el agua fluye constantemente. Las autoridades defienden que la cantidad de agua que se pierde de las fuentes es muy baja respecto de toda la que llega a Roma. Lo cierto es que un intento del municipio de cerrar, años atrás, casi todas las nasoni debido a una sequía que afectó en ese momento a Italia, resultó muy polémico debido al gran beneficio que representa acceder a agua potable sin costo alguno por parte de quienes la necesiten, desde turistas hasta personas de la calle.
El río Tíber bajó su nivel también este año, se dice que Europa, en general, sufre su peor sequía en 500 años, por lo que la posibilidad de cerrar algunas de las fuentes sigue latente.
Sin embargo, para romanos y visitantes algo parece quedar muy claro: el agua no solo es un bien preciado en Roma, sino, ante todo, una parte importante de su magia.
Artículo publicado originalmente en la Revista Dominical del periódico La Nación de Costa Rica el 18 de septiembre de 2022.