Si de algo es imposible arrepentirse al final de la existencia, es de haber seguido el corazón y hecho la diferencia en la vida de los demás.
Sabía que era la última vez que hablaría con mi tío Carlos. Estaba sentada en el balcón de mi casa mirando el mar justo a la puesta del sol, cuando decidí llamarlo. Ya para ese momento sabía que el cáncer esta vez no daría tregua. Él mismo me lo confirmó con resignación. Pero si algo me caló fue cuando me dijo que estaba listo para irse porque había tenido una buena vida.
Murió pocos días después de enviarles un correo a sus amigos más cercanos, una lista en la que por alguna extraña razón esta sobrina y ahijada terminó siendo parte. Se despedía de ellos no sin antes agradecerles su amistad de tantos años y reiterando eso de la buena vida que había tenido.
Me quedé pensando cuántas personas al final de sus días podrían decir lo mismo.
Una enfermera australiana, Bronnie Ware, que atendió por muchos años a enfermos terminales se dio a la tarea de recopilar los arrepentimientos más comunes de sus pacientes, los cuales plasmó en un libro.
Encontró cinco principales y ninguno tiene que ver con lujo, poder, fama o posición social y económica, pero sí con no haber sido fiel a sí mismo o misma, atreverse a seguir el corazón y haber hecho tiempo para lo importante. Esa pareciera ser al fin y al cabo la clave para una buena vida.
El primer arrepentimiento más común es no haber tenido el coraje de vivir una vida propia en vez de hacer lo que otros querían o esperaban. Tiene que ver con sueños incumplidos por no atreverse a seguir el corazón.
El número dos es el deseo de no haber trabajado tan duro: esa falta de equilibrio que no dejó tiempo para lo importante, que era compartir más con los seres queridos o tener más espacio para realizar las cosas que se amaban y siempre se posponían. Es un remordimiento muy común en las viejas generaciones.
El tercer arrepentimiento es haber reprimido los sentimientos con el fin de evitar conflictos, pero yendo en contra de los verdaderos deseos, lo cual hace que muchas personas no lleguen a ser lo que realmente anhelan y, por el contrario, las lleva a enfermedades relacionadas con el resentimiento y la amargura.
El cuarto arrepentimiento tiene que ver con no haber estado en contacto con los amigos y haberlos perdido al cabo de los años por no darles el tiempo y el cuidado que se merecían. Todos los enfermos, sin excepción, extrañan a sus amigos en las horas finales.
El quinto tiene que ver con no haber intentado ser auténticamente feliz, aparentando serlo solo frente a los demás o sí mismos o mismas, viviendo con un ancla en viejos hábitos y patrones sin haber tomado la vida incluso con un mejor sentido del humor.
La hora de la muerte parece ser también la hora de la verdad y de ambas no hay escapatoria. Es inevitable que a lo largo de nuestro paso por este mundo cometamos errores y pasemos momentos duros y dificultades, puede ser que nos arrepintamos de muchas de las decisiones que tomemos, pero nunca de haber seguido el corazón y haber hecho la diferencia en la vida de los demás.
Ya lo dijo varios siglos atrás Leonardo Da Vinci: “así como una buena jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada produce una dulce muerte”.
Y mientras tanto, “carpe diem”.
Artículo publicado en la sección Tinta Fresca de la Revista Dominical de La Nación de Costa Rica el 21 de noviembre de 2021. Ilustración Francela Zamora.